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Matemáticas, música y amor.

Ya algunos referentes de la historia, la filosofía y las ciencias sociales abordaron el tema de las limitaciones del lenguaje, y las capacidades de los seres humanos en relación con esta habilidad.


Otros, además, han ido aún más lejos y han relacionado los alcances de diferentes seres vivos en cuanto a comunicación, extendiendo el análisis a animales e incluso a plantas.


Y en función del avance en la especialización de los conocimientos en cada aspecto, se gana en información, pero en cierta forma, se pierde también en cuanto al resultado que surge de la combinación de estos saberes. Un hecho bastante representativo del progreso de las ciencias, que, lejos de acercarnos a la realidad, nos hace dar cuenta de cuán poco sabemos.


Como “para muestra basta un botón”, sirvan de ejemplo los tres párrafos precedentes. Solo con ellos, estoy en el dilema de pretender que todo aquel que lea este ensayo ya sabe de qué estoy hablando, o bien, asumir que ninguno de todos sabe algo de lo que estoy hablando. Y entre esos extremos, las posibilidades interpretativas y sus respectivos niveles de interés en cada tema. Pero ahí no termina la incertidumbre: también debería considerar la neurodiversidad, demografía, competencias lingüísticas, accesibilidad, y otras implicancias que seguro desconozco.


Teniendo este gran problema entre las manos, ¿cómo puedo hablar de comunicación total? ¿Cómo hago para no fallar en mi referencia a los autores que me inspiran, sabiendo que es casi seguro que, aunque me esfuerce, esto sucederá? ¿Cómo hago para ser considerada con todos aquellos otros autores, pensadores, conocidos o no, que han llegado más lejos que yo, han estudiado más y mejor que yo, se han dedicado más y mejor que yo? O diferente de mi…da igual.


Aquí es donde todos esos años de vacilación en compartir lo que pienso halló finalmente un punto de inflexión entre la deriva infértil de la duda y la determinación del primer paso hacia la segura senda al banquillo de la refutación: aceptar lo dado, y concentrarme en lo deseado.


Algo de esto les pasó – no lo sé, pero al mismo tiempo estoy segura – a Michael Tomasello, a Ludwig Wittgenstein, de quienes no dejo de tratar de aprender. Y a todos quienes identificaron patrones que dieron luz a lo que hoy conocemos como biomímesis. O a quienes se atrevieron a desafiar el postulado antropocéntrico de la superioridad del humano frente al resto de los seres vivos, y plantearon la perspectiva de la interdependencia y la relatividad del concepto superioridad como factor de comparación, cuando tal vez, podría hablarse de singularidad en su lugar.

 

Bien, entonces aquí voy. Quiero ser humilde en mi declaración sobre cada uno de los postulados que haré cuando hable de Comunicación Total, aceptando los indiscutibles límites que seguro encontrarán, los errores de interpretación que surgirán de aquellos de quienes no sé, no conozco, o he entendido mal. Pero también quiero ser activa y presente, hablando lo más claramente que pueda, sobre las infinitas posibilidades de un futuro en paz. Aunque me equivoque de camino, aunque no viva para llegar, quiero tomar la posta y avanzar. Tomo prestadas las voces de muchos que ya han partido y de otros que me acompañarán o me criticarán. Pero si fue así con mis predecesores, y estoy aquí con ellos sin que ellos jamás hubieran imaginado ni deseado que lo haga, ¿por qué habría de pensar que es imposible llegar? Al fin y al cabo, si lo pensamos, es posible.

 

Matemáticas, música y amor.


 
 
 

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